Archivos para abril, 2021

Por: Rolando Prudencio
Cochabamba.-Bolivia-AGPROG(2-04-2021).-
Ya sabemos que dentro la iglesia la hipocresía es moneda de curso corriente; pero el mensaje de pascua que acaban de dar los obispos, son como aquellas monedas que Judas cobró por traicionar a Jesus; o como las que los curas recibieron -me refiero en sentido metafórico- para negar que hubo GOLPE en Bolivia el anteaño pasado.
Así es como parte del mensaje de los obispos que fue leído por el cura Aurelio Pesoa, textualmente señala: «Celebramos Pascua, este año, en medio de la terrible prueba de la enfermedad y la muerte que nos ha hecho vivir la larga pandemia que padecemos y con el sufrimiento, que nos causamos unos a otros, por el pecado y la injusticia que experimentamos”.
Decía que la hipocresía es moneda de curso corriente entre los curas, pero también es la forma en la que metafóricamente se refieren; como en éste caso es la alusión a la «injusticia» que mencionan, que no podría ser otra que aquella que para ellos ha sido la detención de Añez, algunos milicos y dos de sus ex ministros, ¿o a qué «injusticia» se refieren los curas?
Para nadie es un secreto que Sergio Gualberti, uno de los capos de la curia estuvieron insinuando la impunidad de las masacres de Sacaba y Senkata, pidiendo que no haya revancha persecución política, etc. Es más, en una actitud de impúdica injerencia descalificó el accionar de los administradores de justicia por ordenar la detención de Añez.
Pero además como un dato que confirma esa inclinación por la impunidad de los poderosos, es que esos mismos curas que hoy denuncia una supuesta «injusticia», nunca dijeron nada por las 38 víctimas de las masacres de Sacaba y Senkata. Es más, ni siquiera elevaron una oración por sus alma. Tal vez sí algún cura de base, de esos comprometidos con los desposeídos lo hizo a pedido de los familiares de las víctimas, pero ningún obispo como esos obesos que salen denunciando la «injusticia» dijo algo.
Es cierto que la Pascua significa para la iglesia y los católicos resurrección, y que no es la que los familiares de los 38 acribillados están pidiendo, porque es imposible que eso suceda, pero por lo menos esos curas que no abrieron la boca por esas víctimas, tengan el mínimo de decoro de no calificar como injusticia a las detenciones -y ojo que seguirán sumándose más- de quienes fueron responsables de aquellas muertes.
Deberían más bien estar tranquilos los curas porque no se haya hecho justicia por mano propia por aquellas muertes, y los responsables tengan hoy la posibilidad de ser enjuiciados antes de ser ajusticiados.
Así que curas doble caras manténganse sanos orando por sus almas, y no se metan con el pueblo que cuando reacciona no hay poder sobrenatural que lo detenga, porque precisamente ese su poder está respaldado por esa fuerza sobrenatural.

LA CUENTA DE LA ÚLTIMA CENA

Publicado: abril 3, 2021 en SOCIEDAD
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Por: Carlos Tony Sánchez Vaca

Santa Cruz.-Bolivia-AGPROG(2-04-2021).– El momento de pagar la cuenta. Ese fue el momento crucial, como siempre. Se habían engullido un cordero de 20 kilos, tripas y todo, los 11, pues el Nazareno solo tomó un pedazo de pan y un sorbo de vino. Sus seguidores acabaron con la despensa del local, se tomaron las 4 copas grandes – cada uno – que correspondían a la tradición judía de la fiesta de los ázimos y además, abierta la gullivera continuaron en la bebendurria, alentados por el vino y la ausencia de su Maestro, quien se retiró a orar, abrumado por lo que había de venir para él.
Si, era el momento crucial cuando el Maestresala les indicó lo que debían (eran como 10 denarios, conocidas como monedas de plata, cuadrantes más, cuadrantes menos), Juan – gentilmente – pues era delicado de maneras, pidió a Judas Iscariote cancelar la cuenta pues era el tesorero designado por el Maestro (a pesar de ser harto conocidos sus manejos turbios de las finanzas) para cumplir lo que estaba escrito, dijo.
Judas, irascible como era y como inevitablemente son quienes muestran enojo – cuando no cuentan con argumentos ni justificación a sus perversidades -, espetó a Juan y los otros indicando que solo le quedaban unas “blancas”(que son unas moneditas, que juntas solo alcanzan para comprar media hogaza de pan), pues indicó que motivado por la compasión entregó el resto del dinero a los mendigos del camino. No había porque molestarse ni ser tan quisquillosos, añadió muy suelto de cuerpo.
Marcos, al escuchar esto, saltó de su poltrona aún aturdido por el fermento de la vid, y demandó a Judas mayores explicaciones, “detalladas”, añadió con aires de suficiencia. Marcos, como se conocía, fue recaudador de impuestos y dúctil estafador. Poseedor de una memoria excepcional para las cuentas, se las arreglaba para desviar un porcentaje – pequeño, se diría (por los riesgos de robar a los romanos) – destinado a sus secretas necesidades. Marcos aún estaba en eso de vencer sus concupiscencias. Pero lo que hizo Judas, no era tolerable, no señor. El dinero pertenecía a la misión de abrirles los ojos a los ciegos y a los sordos oír – dijo –  y, amén de esto, para florón y remate, se suponía que todos habían dejado de ser pecadores contumaces.
La acalorada discusión entre Marcos y Judas subió de tal modo el tono, que los demás despertaron de su embriaguez enterándose del entuerto financiero de la peor forma, con un susto infernal, pues sabido es que no se debe despertar del sueño a un borracho para darle la cuenta de jarana alguna, ¡Dios nos libre!.
Fue el “hijo del trueno”, Pedro, conocido por su entrega incondicional y devota al Maestro y por la potencia de sus puños, quien propinó un golpe certero a Judas, volándole al menos un par de dientes y enviándole – con las barbas ensangrentadas  – debajo de la mesa que a esas horas era un revoltijo, pues las santas mujeres que cocinaron la cena, entre las cuales estaba la madre del Cristo, las hermanas de Lázaro y la más señora de todas las putas (como acuñó un poeta), la María de Magdala, no se atrevían a poner un pie en la sala comedor del restaurante de Zaqueo, un ex usurero regordete y conocidísimo que decidió cambiar (aunque todavía no de hábitos, pues no daba factura) de moral, cuando el Nazareno accedió a una invitación para visitar su casa. El otorgó sin costo alguno, el local para la cena pascual.
Juan ¡cuando no el dulce Juan!, evitó que la humanidad del Iscariote fuera maltratada en demasía, por Pedro. Le pidió al susodicho abandonase el lugar y que ya se vería más tarde, como arreglaban las cuentas. Judas, salió respirando mil demonios y lleno de deseos de venganza hacia aquellos con los cuales había compartido largas noches y calurosos días caminando en duras condiciones. Este, no lo pensó mucho y estableció que el pago por la ofensa recibida sería tres veces más que la cuenta de la opípara cena: 30 Denarios…la suma exacta fijada en la Ley mosaica como forma de pago al propietario de un esclavo corneado a muerte por un buey. Nada más que eso serán suficientes para paliar la ofensa. Que les cueste 3 veces más su farra, se dijo para sus adentros.
Pero claro está, para obtener este dinero, inútil era la simple denuncia por daños y perjuicios a su humanidad ante el Sanedrín judío, pues aunque fuese condenado el fornido pescador agresor, no había como pague, vistos y considerando que solo poseía una barca de pesca remendada, tan vieja y maltrecha como su mujer, y así también los otros, aunque solteros, no tenían donde caerse muertos, …así que Judas no vio otra alternativa que vender información sobre el Nazareno, que por esos días, ya estaba clandestino e ilegal.
Hizo – el traidor – con sus súplicas insistentes, despertar al sumo sacerdote Caifás, el mandamás, quien dormía en sus aposentos solo, como suelen dormir quienes por reglamento, no gozan de los placeres carnales dados por Dios a los hombres casados, preferentemente. El jerarca, accedió a la imploración por hallarse entusiasmado ante la posibilidad de librarse de un revoltoso pertinaz que caminaba por la Judea, resquebrajando con sus discursos la fe yahvista… éste nuevo mesías era un conspirador hereje, un carpinterito venido de Nazareth, pueblucho de ignorantes de donde, en su decir, no podía venir nada bueno.
Solo 30 denarios y asunto concluido, se dijo en su camastro y – levantándose – aceptó la ganga restregándose las huesudas manos. Satisfecha el alma, ordenó a una escuadra de soldados del templo, proceder al arresto. Así que el mayor traidor de la historia humana, retornó a paso ligero al lugar de los hechos, envalentonado.
El barullo soberano que se armó, despertó a los 11 que dormían la borrachera desperdigados en el huerto de Getsemaní. Pedro, molesto esta vez por el tumulto y no midiendo las fuerzas evidentemente desiguales, aspecto inherente a los ebrios de todo tiempo y cultura, se abalanzó sobre el primer soldado que vio y quitándole la espada, le quitó también de un tajo, la oreja. El hecho ocasionó tal confusión entre los soldados, más por el atrevimiento del susodicho que por el daño físico, pues hombres de guerra eran, que, espada en mano se abalanzaron sobre Pedro para rematarlo.
Ahí es cuando su Maestro apareció como por arte de magia, para salvarle el pellejo una vez más (meses antes lo salvó de ser tragado por la aguas del mar de Galilea). La aparición fantasmagórica del Nazareno, detuvo a la muerte y a los guardias; les indicó a quemarropa que era él quien vinieron a buscar. Los guardias, aun en sopor, se miraron unos a los otros desconcertados y fue en este preciso y crucial momento que el Iscariote entró en escena para darle el beso más vil de que se tenga memoria. Los demás, los amigos, ocultos tras los olivos y las sombras de la noche, observaban el drama, temblorosos. El Mesías se fue de sus ojos, en medio de la oscuridad nocturna.
La dolorosa tragedia vendría después; los que quedaron – pues uno se colgó de un árbol esa misma noche – unas pocas horas después y por la tarde de un Viernes, observaron de lejos el sacrificio de su Maestro agazapados entre la multitud de curiosos y escarnecedores, pues los cobardes hallan siempre donde esconderse.
Las 30 famosísimas monedas de plata fueron devueltas por el Iscariote arrepentido, las devolvió a quien se las dio y éste no quiso retornarlas al tesoro del templo, así que se compró un terrenito con un árbol de ramas secas en el cual columpiaron – a la postre – las carnes del delator.
Zaqueo no reclamó nunca los 10 denarios de la cuenta de esa última cena y los deudores olvidaron pronto la deuda aludida para ocuparse de difundir acerca de otra deuda – impagable – que, alegaban, su Maestro pagó a precio de sangre.

Pero ésa, es otra historia.